¡Transfiguración!

¡Transfiguración!
¡Ven Señor Jesús!

lunes, 15 de febrero de 2010

Cuaresma 2010 -de la Penitencia

CUARENTA DÍAS EN QUE HAN DE CRECER ESPIRITUALMENTE
LOS HERMANOS Y LAS HERMANAS DE PENITENCIA

Mt 7, 21 «No todo el que me diga: "Señor, Señor”, entrará en el Reino de los
Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial.»

El diccionario define a una de las acepciones de la Penitencia como: Serie de ejercicios penosos con que alguien procura la mortificación de sus pasiones y sentidos.

Para la Iglesia, la penitencia tiene un sentido más luminoso pues va aparejada con la conversión, es decir, corresponde a un proceso denominado metanoia que permite crecer en orden a una alcanzar un estado superior: transfigurar a Nuestro Señor Jesús, la Cristificación.

Así, la penitencia no es un programa sombrío, lúgubre; tampoco es un actuar excepcional. La penitencia es algo que está más próximo de lo que nosotros pensamos. Es en cierta medida un estado de vida que se activa al presentarlo como oblación.

Dice Tomás de Kempis en su Imitación de Cristo (Libro II. De la conversión interior).
11.- Cuán pocos son los que aman la Cruz de Cristo.
1. Jesucristo tiene ahora muchos amadores de su reino celestial, mas muy pocos que lleven su cruz.
Tiene muchos que desean la consolación, y muy pocos que quieran la tribulación.
Muchos compañeros halla para la mesa, y pocos para la abstinencia.
Todos quieren gozar con Él, mas pocos quieren sufrir algo por Él.
Muchos siguen a Jesús hasta el partir del pan, más pocos hasta beber el cáliz de la pasión.

Por penitencia hemos de entender una actitud de renuncia en pro del amor, del Todo Bien, donde no se trata de una acción imperfecta pues se reduciría a pura conveniencia, se ha de efectuar a partir del Amor porque ha de trascender, de irradiar hacia Dios y hacia el prójimo. Para ello ha de procederse en dos líneas; la primera radica en pedir a Dios, siempre y a toda hora, la Gracia de amarle con y en verdad; la segunda se asienta en la búsqueda insistente, con, digámoslo así, santa insistencia, a través de su Palabra y los Sacramentos, fundamentalmente la Confesión con la Sagrada Eucaristía. Ahí precisamente ha de iniciar toda acción penitencial, pues supone de entrada, reemplazar vanos pensamientos, para abrir un lugar al Señor en nuestra mente y nuestro corazón. En palabras de NSP San Francisco procuremos hacer “…frutos dignos de penitencia”.

María Santísima es modelo perfecto de penitencia, en su “Sí” primigenio –con todos los riesgos que ello implicaba- se fincó toda nuestra posibilidad de ser redimidos, más adelante, aún con el anuncio de Simeón, tomó la iniciativa en Caná donde se manifestó Jesús- Mesías para llegar con Él hasta el pie de la Cruz: “Estaba la Madre dolorosa junto a la Cruz llorando, mientras su Hijo pendía. Su alma llorosa, triste y dolorida, traspasada por una espada. ¡Oh cuán triste y afligida estuvo aquella bendita Madre del Unigénito!” (Stabat Mater. Japone de Todi, ofs; 1306); La vemos también presidiendo la Iglesia en la que reina. Ella nos enseña que lo penitencial está en la vida misma y que sólo con Cristo se convierte en redención.

Nuestro Señor Jesucristo ordena que hacer obras de penitencia es condición indispensable para entrar en el Reino de los Cielos: "Yo les digo que si no hacen penitencia, todos igualmente perecerán." (Lc 13,3). Ante esta advertencia la Iglesia siempre ha tenido atención, cuidado y vivencia (historia) penitenciales.

San Juan Crisóstomo afirma que son cinco los caminos de la penitencia: Perdonar al ofensor y Confesar las culpas (es la fórmula de la Reconciliación). Y hacer Oración, Ayunar, y ser Humildes (es la fórmula del negarse a sí mismo para tomar la cruz para el seguimiento de Jesús). La Iglesia incluye la Limosna como acto de amor y justicia. (El mismo Padre de la Iglesia dice: Aquello que no usamos y guardamos es un robo, pues por Derecho Divino ya pertenece a los pobres).

El ayuno es tal vez el concepto que mejor ilustra a la penitencia, sigamos la enseñanza que hace San Ambrosio cuando responde a eventuales objeciones contra el ayuno: «La carne, por su condición mortal, tiene algunas concupiscencias propias: en sus relaciones con ella te está permitido el derecho de freno. Tu carne te está sometida (...): no seguir las solicitaciones de la carne hasta las cosas ilícitas, sino frenarlas un poco también por lo que respecta a las lícitas. En efecto, el que no se abstiene de ninguna cosa lícita, está muy cercano a las ilícitas» (Sermo de utilitate ieiunii III, V, VII). (El ayuno penitencial. Catequesis de Juan Pablo II. Ciudad del Vaticano, 21 de marzo de 1979.)

“Actualmente la sociedad, saciándose de sensaciones, queda con frecuencia intelectualmente pasiva; el entendimiento no se abre a la búsqueda de la verdad; la voluntad queda atada por la costumbre a la que no sabe oponerse. De esto resulta que el hombre contemporáneo debe ayunar, es decir, abstenerse no sólo de la comida o bebida, sino de otros muchos medios de consumo, de estímulos, de satisfacción de los sentidos. Ayunar significa abstenerse, renunciar a algo.” (El ayuno penitencial. Catequesis de Juan Pablo II. Ciudad del Vaticano, 21 de marzo de 1979.)

Así, la Iglesia nos lo presenta como el cuarto de sus mandamientos: 4. Ayunar y abstenerse de comer carne cuando lo manda la Santa Madre Iglesia.

Forma concreta de vivir el precepto.
Los días y los tiempos con carácter penitencial para toda la Iglesia son: Todos los viernes del año (días penitenciales) y el tiempo de cuaresma (tiempo penitencial). Es necesario recordar que la noción de días y tiempos penitenciales es más amplia que la de días de ayuno y abstinencia.

Entre los días penitenciales hay dos especialmente importantes: Miércoles de Ceniza y Viernes Santo. Estos dos días existe la obligación de vivir el ayuno y la abstinencia. El ayuno obliga de los 18 a los 59 años, y puede haber algunas causas que dispensen de él; la imposibilidad: por ejemplo, los enfermos, los convalecientes, las personas muy débiles o carentes de recursos económicos, etc. El trabajo: para quienes se ocupan de labores físicas que causan gran fatiga corporal y necesitan de alimento. La abstinencia por su parte, obliga desde los 14 años y no tiene límite de edad.

La terciaridad que nos obsequió NSP San Francisco de Asís tiene su esencia en la Penitencia, es decir, él nos legó y confió su proyecto de vida original. Su convicción de que en la Penitencia estaba nuestra posibilidad de “…restituir al Señor” era contundente. Leemos en el capítulo X de la Leyenda de los Tres Compañeros:

36. San Francisco, lleno ya de la gracia del Espíritu Santo, reunió ante sí a los dichos seis hermanos y les anunció lo que les había de ocurrir.

"Consideremos -dijo- hermanos queridos, nuestra vocación, a la cual por su misericordia nos ha llamado el Señor, no tanto por nuestra salvación cuanto por la salvación de muchos otros, a fin de que vayamos por el mundo exhortando a los hombres más con el ejemplo que con las palabras, para moverlos a hacer penitencia de sus pecados y para qué recuerden los mandamientos de Dios. No temáis porque aparezcáis pequeños e ignorantes; más bien anunciad con firmeza y sencillamente la penitencia, confiando en que el Señor, que venció al mundo, habla con su Espíritu por vosotros y en vosotros para exhortar a todos a que se conviertan y observaren sus mandamientos.”

En el ejercicio penitencial de la Tercera Orden se recomienda, como práctica durante todo el año, ayunar miércoles y viernes y abstinencia los viernes. Esta práctica es muy importante porque nos hace recordar entre semana nuestra misión terciaria prometida al Padre Eterno; está práctica viene de los mismos orígenes de la Orden y correlaciona los tiempos litúrgicos con las tres promesas evangélicas que profesamos, así, el adviento nos adentra en la pobreza de Jesús, la cuaresma en la castidad y el tiempo ordinario en la obediencia. Nos queda hermanos, como parte inicial de esta Cuaresma 2010, leer la Carta que nos dirige NSP San Francisco con la que prologa a nuestra Santa Regla.

Exhortación de San Francisco a los Hermanos y Hermanas de Penitencia
­¡En el nombre del Señor!

De los que hacen penitencia

Todos aquellos que aman al Señor con todo el corazón, con toda el alma y la mente y con todas sus fuerzas (cf. Mc 12,30), y aman a sus prójimos como a sí mismos (cf. Mt 22, 39), y aborrecen sus cuerpos con sus vicios y pecados, y reciben el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo, y hacen frutos dignos de penitencia: ¡Oh, cuán dichosos y benditos son aquellos y aquellas que practican estas cosas y perseveran en ellas! Porque se posará sobre ellos el Espíritu del Señor (cf. Is 11,2) y hará de ellos habitación y morada (cf. Jn 14, 23), y son hijos del Padre celestial (cf. Mt 5, 45), cuyas obras realizan, y son esposos, hermanos y madres de nuestro Señor Jesucristo (cf. Mt 12, 50).

Somos esposos cuando el alma fiel se une, por el Espíritu Santo, a nuestro Señor Jesucristo. Le somos hermanos cuando cumplimos la voluntad del Padre, que está en los cielos (cf. Mt 12, 50); madres, cuando lo llevamos en el corazón y en nuestro cuerpo (cf. ICor 6, 20) por el amor divino y por una conciencia pura y sincera; y lo damos a luz por las obras santas, que deben ser luz para ejemplo de otros (cf. Mt 5, 16).

­¡Oh, cuán glorioso es tener en el cielo un padre santo y grande! ¡­Oh, cuán santo es tener un tal esposo, consolador, hermoso y admirable! ­¡Oh, cuán santo y cuán amado es tener un tal hermano y un tal hijo, agradable, humilde, pacífico, dulce, amable y más que todas las cosas deseable, nuestro Señor Jesucristo! El que dio su vida (cf. Jn 10, 15) y oró así al Padre: Padre santo guarda en tu nombre (cf. Jn 17,11) a los que me diste en el mundo: tuyos eran y me los diste en el mundo: tuyos eran y me los diste a mí (cf. Jn 17, 6). Y las palabras que me diste, a ellos las di; y ellos las recibieron y creyeron verdaderamente que salí de Ti y conocieron que Tú me enviaste (cf. Jn 17, 8). Ruego por ellos y no por el mundo (cf. Jn 17, 9). Bendícelos y conságralos (cf. Jn 17, 7); también yo me consagro a mí mismo por ellos (cf. Jn 17, 9). No ruego solamente por ellos, sino por los que han de creer en mí por su palabra (cf. Jn 17,20), para que sean consagrados en la unidad (cf. Jn 17, 23), como también nosotros (cf. Jn 17, 11). Y quiero, Padre, que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria (cf. Jn 17, 24) en tu reino (cf. Mt 20, 21). Amén.

De los que no hacen penitencia

Pero, en cambio, aquellos y aquellas que no llevan vida en penitencia, y no reciben el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo, y ponen por obras vicios y pecados y caminan tras la mala concupiscencia y los malos deseos de su carne y no guardan lo que prometieron al Señor, y sirven corporalmente al mundo con los deseos carnales y con los afanes del siglo y con las preocupaciones de esta vida: apresados por el diablo, cuyos hijos son y cuyas obras hacen (cf. Jn 8, 41), son unos ciegos, pues no ven a quien es la luz verdadera, nuestro Señor Jesucristo.

No tienen sabiduría espiritual, porque no tienen al Hijo de Dios, que es la verdadera sabiduría del Padre; de ellos se dice: Su sabiduría ha sido devorada (cf. Sal 106, 27) y: Malditos los que se apartan de sus mandamientos (cf. Sal 118, 21). Ven y conocen, saben y practican el mal, y a sabiendas pierden sus almas.

Mirad, ciegos, estáis engañados por vuestros enemigos: la carne, el mundo y el diablo; porque al cuerpo le es dulce cometer el pecado y amargo servir a Dios; pues todos los vicios y pecados, del corazón del hombre salen y proceden, como dice el Señor en el Evangelio (cf. Mc 7, 21).

Y nada tenéis en este siglo ni en el futuro. Pensáis poseer por mucho tiempo las vanidades de este siglo, pero estáis engañados; porque vendrán el día y la hora que no pensáis, desconocéis e ignoráis; se enferma el cuerpo, se acerca la muerte, y se muere así con muerte amarga.

Y donde sea, cuando sea y como sea que muere el hombre en pecado mortal sin penitencia y sin satisfacción, si, pudiendo satisfacer, no satisface, arrebata el diablo el alma de su cuerpo con tanta angustia y tribulación, que nadie las puede conocer, sino el que las padece. Y todos los talentos y el poder, la ciencia y la sabiduría que creían tener, les serán arrebatados (cf. Lc 8, 18; Mc 4, 24). Y legan a los parientes y amigos su herencia; y éstos, tomándola y repartiéndosela, dicen luego: Maldita sea su alma, pues pudo habernos dado y ganado más de lo que ganó. El cuerpo se lo comen los gusanos, y así pierden cuerpo y alma en este breve siglo, e irán al infierno, donde serán atormentados sin fin.

A todos aquellos a quienes llegue esta carta, rogamos en la caridad que es Dios (cf. IJn 4, 16), que acojan benignamente con amor divino las sobredichas y fragantes palabras de Nuestro Señor Jesucristo. Y los que no saben leer, háganselas leer con frecuencia, y reténganlas consigo con obras santas, hasta el fin, porque son espíritu y vida (cf. Jn 64). Y los que no hagan esto tendrán que dar cuenta en el día de juicio (cf. Mt 12, 36) ante el tribunal de nuestro Señor Jesucristo (cf. Rom 14, 10).

Vemos dos consideraciones de San Francisco nutridas con enseñanzas bíblicas; la primera instruye acerca del cumplimiento en la penitencia y nos lleva a recordar un pasaje de la vida de él en que comenta: “Hijos míos, grandes cosas hemos prometido, pero mucho mayores son las que Dios nos ha prometido a nosotros; mantengamos lo que nosotros hemos prometido y esperemos con certeza lo que nos ha sido prometido. Breve es el deleite del mundo, pero la pena que le sigue después es perpetua. Pequeño es el padecer de esta vida, pero la gloria de la otra vida es infinita.” (Florecillas. Capítulo XVIII. Cómo San Francisco reunió un capítulo de cinco mil hermanos en Santa María de los Ángeles) .

En la segunda parte pudiese alarmarnos tanto el tono como la sentencia, y es inevitable que nos asalte la pregunta: ¿qué pasa en el dulce San Francisco de Asís? Pues bien, esta segunda consideración proviene de un padre afligido, que ve (porque le han sido reveladas) las consecuencias del descarrío de sus hijos. El texto ilustra su desesperación por evitar que uno sólo de nosotros se llegase a perder. Concluye exhortando a leer estas palabras con asiduidad: Y los que no saben leer, háganselas leer con frecuencia. Esta instrucción ha de ser obedecida por los que profesamos en la Orden y hemos de pedir al Señor que suavice nuestros corazones y purifique nuestras mentes para entender y cumplir los preceptos que a través del seráfico patriarca nos comunica.

Para concluir, acudimos a la catequesis del Siervo de Dios Juan Pablo II con respecto a la penitencia: “Por otra parte, el ayuno, esto es, la mortificación de los sentidos, el dominio del cuerpo, confieren a la oración una eficacia mayor, que el hombre descubre en sí mismo. Efectivamente, descubre que es «diverso», que es más «dueño de sí mismo», que ha llegado a ser interiormente libre. Y se da cuenta de ello en cuanto la conversión y el encuentro con Dios, a través de la oración, fructifican en él.

Resulta claro de estas reflexiones nuestras de hoy que el ayuno no es sólo él «residuo» de una práctica religiosa de los siglos pasados, sino que es también indispensable al hombre de hoy, a los cristianos de nuestro tiempo. Es necesario reflexionar profundamente sobre este tema, precisamente durante el tiempo de Cuaresma.”
(El ayuno penitencial. Catequesis de Juan Pablo II. Ciudad del Vaticano, 21 de marzo de 1979).

Sólo resta que, coherentes con nuestra identidad terciaria, obedientes y celosos de la misión encomendada, anunciemos el Día del Señor e invitemos a la penitencia:

II Timoteo 4
1 Te conjuro en presencia de Dios y de Cristo Jesús que ha de venir a juzgar a vivos y muertos, por su Manifestación y por su Reino:
2 Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina.
3 Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por sus propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades;
4 apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas.

PAZ Y BIEN

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