¡Transfiguración!

¡Transfiguración!
¡Ven Señor Jesús!

viernes, 26 de febrero de 2010

A propósito del libro Jesús de Nazareth de S.S. Benedicto XVI. -reflexiones desde la terciaridad-

Este nuevo documento acerca del Señor Jesús constituye una valiosa contribución desde el rigor del magisterio de la Santa Iglesia. Según manifiesta el autor en su presentación, el documento estudia al Jesús histórico, desde un enfoque histórico crítico, y trasciende los límites propios del método al iluminar con la fe los hallazgos de la razón.[1] Él comenta, y coincidimos plenamente, que la figura del Señor ha atravesado por diversas especulaciones a través de los últimos cincuenta años con el factor común de intentar reconfigurarle hacia perfiles y personalidades en los que priman las proyecciones existenciales[2] de cada autor. En esas tareas de reinvención coincide la idea común de desacralizarle para justificar puntos de vista y actitudes distantes y opuestas a su divina enseñanza.

Esta tendencia iconoclasta representa, y halla eco, en diversos sectores sociales de acuerdo a la legitimación de conductas voluntariosas por fuera de los cauces morales. Ante ello, acometer contra la fe supone un alivio, a propósito de acallar la amonestación del pecado. No es extraño que hoy se censure a la Santa Iglesia por exigir[3] el respeto a la vida y a la dignidad humanas, y esa actitud está desenlazando en un nuevo formato de persecución, aún más pernicioso que el físico, pues ahora se trata de las ideas, acallando y descalificando la voz de la Iglesia, llegándose al absurdo de decir que no son asuntos que le competan; esta nueva tendencia rayana en la idiocia aprovecha un rasgo fundante de lo posmoderno: el pensamiento débil, con lo que se cautiva al incauto que ahora celebra estar limpio de toda culpa. Con ello atestiguamos que el mal ha refinado sus recursos.

Y es que el procedimiento de esta “nueva era” se funda precisamente en desmantelar la responsabilidad ante Dios negando la generosa inserción de Él en la historia a fin de liberar la vida temporal, todo esto con el propósito de seguir al placer como guía y fin de la acción moral; influido por esta condición, el creyente tenderá a aplazar el reconocimiento de su compromiso por tiempo o situación indefinidos, pues el discurso contemporáneo propone que toda conducta está más allá del bien y el mal, con lo cual se relativizan todos los actos humanos. Dentro de esta época posmoderna destaca como rasgo la disolución del sentido de las palabras, y son los términos graves, aquellos que atañen a la responsabilidad, los que se busca sustituir para mitigar su contundencia y consecuente obligatoriedad.

La Vida del Señor ya no es meditada, más aún, es remplazada por escenas inventadas con las que se alude a lo romántico y placentero, llegando en ocasiones a la blasfemia. La Pasión y la Cruz misma, metas superiores del cristiano, son vistas como anhelos desquiciados. En Primera de Corintios 1,18 la Escritura dice: “Pues la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan -para nosotros- es fuerza de Dios.” Si así sucede con el signo de la Salvación resulta claro que hoy mismo, hablar de pecado y lo penitencial, infierno y pena eterna, han supuesto cautela y tiento, incluso en algunos púlpitos, con lo que deducimos que las acometidas del mundo han servido a sus fines.

Por todo ello, la Iglesia es vista como una institución incómoda para los que quieren decirse cristianos y viajar al margen de todo compromiso con el Señor Jesús; y es que en la misión de ella no sólo está el creyente sino también el cuidado de la moral del ámbito social como escenario temporal de la Salvación. Es más, ni la misma Iglesia, detentora de la Palabra, puede modificar la enseñanza, moralmente no puede, ni debe hacerla evolucionar conforme cambia el hombre, porque a ella le fue encomendada la vida en toda su amplitud, en otras palabras, la vida cristiana que trasciende la historia y se finca en la eternidad. Al respecto NSP San Francisco de Asís nos enseña: “Breve es el deleite del mundo, pero la pena que le sigue después es perpetua. Pequeño es el padecer de esta vida, pero la gloria de la otra vida es infinita.”[4]

Estos intentos de silenciar a la conciencia en su proclamar son historia consuetudinaria, pero hoy se recargan en el auspicio de la mayoría de los medios de comunicación quienes han colaborado en la trivialización del sentido sagrado de Jesús de Nazareth y de su Magisterio. Está visto que son tan incisivos y constantes los embates hacia Él, y tan celebrados por agnósticos y débiles creyentes, que para muchos su figura es una composición extravagante de múltiples personalidades o facetas en las que prima siempre la destrucción de su divina identidad. A la enseñanza de Jesús los grandes medios de comunicación oponen -según resume su Santidad Benedicto XVI- el fomento de: “…una mentalidad y cultura caracterizadas por el relativismo, el consumismo y una falsa y destructiva exaltación, o mejor profanación, del cuerpo y de la sexualidad."[5]

En esta mundanización incitada se acogen conductas impropias en las que la noción de pecado se ha disuelto, pues la sociedad ha sido contaminada por una condición tantas veces definida como relativismo[6]. Esta actitud se enraíza en la apertura de una oferta hedonista que contiene multitud de variantes y accesos, y es presentada provocativamente seduciendo al marco de instintos y anhelos, sin reconocer a la persona humana, sino a un consumidor del producto. Las propuestas son mediatizadas para que se incuben en el ánimo del pueblo y, para activarlas, la meta es adormecer la conciencia, acallar el escrúpulo y negar la redención. Así, sin horizonte divino, se fomenta la cultura de la inmediatez y de la gratificación efímera conducentes hacia un vaciamiento existencial donde queda el alma exhausta y desesperanzada.

Tampoco ha de aceptarse que esto sorprenda a un cristiano formado en su fe pues esto estaba previsto; como muestra veamos la segunda carta a Timoteo 4,1-4 que presentamos textualmente: “Te conjuro en presencia de Dios y de Cristo Jesús que ha de venir a juzgar a vivos y muertos, por su Manifestación y por su Reino:

Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina.

Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por sus propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas.”

Y es que esta exigencia de la Sagrada Escritura ha de cumplirse celosamente pues hoy atestiguamos los formatos extravagantes que propone la llamada “nueva era”. En términos generales conduce hacia la conformación de espiritualismos sincréticos, donde cada quien, digamos así, “diseña” su propio y muy personal marco de creencias, incorporando por conveniencia (recordemos la atmósfera relativista–hedonista que impregna al mundo) tales o cuales porciones doctrinales de diversa procedencia que, en muchos casos, hasta son incompatibles. Así, el diseño de mi hedonismo es la nueva idolatría que nos envuelve.

Para el cristiano existen riesgos mayores, pues ha de cuidarse de uno auspiciado por la confusión contemporánea, el de Diseñar a un Cristo “conveniente”, para lo cual habría de prescindir tanto de la Iglesia que Él fundó (pues en ella resuena la verdad de la fe), como de su propia conciencia bautismal, y transitar sobre los espacios del pecado, haciendo lo que señala Hebreos 6,6: “…pues crucifican por su parte de nuevo al Hijo de Dios y le exponen a pública infamia.”

Ante estas circunstancias, el Santo Padre nos exhorta a emprender jornadas de incansable divulgación del Santo Evangelio: “La misión evangelizadora propia de la Iglesia exige, en nuestro tiempo, no solo que el mensaje evangélico se propague por doquier, sino que penetre en profundidad en las formas de pensar, en los criterios y los comportamientos de la gente. En una palabra, es necesario que toda la cultura del ser humano contemporáneo esté insuflada por el Evangelio."[7]

En el seno de la Tercera Orden Franciscana existe conciencia y atención a esta instrucción según lo presenta la siguiente disertación procedente de su Consejo Internacional: “La Iglesia, si bien está animada por una inquebrantable esperanza cristiana, no esconde su preocupación de frente a los fenómenos que hemos sumariamente recordado. Ella está comprometida a dar una respuesta profética a los desafíos de nuestro tiempo. La Iglesia sostiene que la única terapia sea la recuperación de los valores auténticamente humanos y cristianos, con la vuelta de los fieles a los propios orígenes y a la propia identidad en una óptica cristocéntrica. De esto, derivan tres consecuencias: el fortísimo nexo entre fe y realidad; la importancia de Cristo en la vida diaria; la atención constante a la correcta relación entre verdad y libertad.

Para la Orden Franciscana Seglar, la expectativa más grande es la de encontrar caminos a través de los cuales compartir este esfuerzo, esta tarea descomunal, la cual, sin embargo, necesitará de una continua re-fundación, de una vuelta a la propias raíces más auténticas, que hagan posible vivir el Evangelio y anunciarlo, sin traicionarlo y sin endulzarlo.[8]

Por ello, la obra Jesús de Nazaret, escrita desde el Magisterio por el Papa se torna en un documento trascendental y base fundamental para el estudio neotestamentario pues supone para el creyente la recuperación de la figura del Divino Maestro así como la necesaria reivindicación de la fuerza y radicalidad de su enseñanza. Nos hace ver que su Evangelio no es un catálogo de recomendaciones sino de instrucciones que, por su ascendente, no están sujetas a concesiones o a enfoques triviales que le hagan encajar en conveniencias personales temporales.

El libro además constituye un modelo de investigación y reflexión que se corresponde con el espíritu de Fides et ratio, de su santo antecesor. Es además una forma contemporánea de emprender la tarea que Cristo Jesús en la Ermita de San Damián, encomendó a San Francisco de Asís en torno a la idea de “restauración” que debe iniciar en el yo-Iglesia. Más aún, para los terciarios franciscanos es obligada la lectura de este obsequio de Su Santidad, pues además de recuperar a Nuestro Señor, hace especial mención de la Tercera Orden dentro del cumplimiento de la divina voluntad.

“Francisco no tenía intención de fundar ninguna orden religiosa, sino simplemente reunir de nuevo al pueblo de Dios para escuchar la Palabra sin que los comentarios eruditos quitaran rigor a la llamada.

No obstante, con la fundación de la Tercera Orden aceptó luego la distinción entre el compromiso radical y la necesidad de vivir en el mundo. Tercera Orden significa aceptar en humildad la propia tarea de la profesión secular y sus exigencias, allí donde cada uno se encuentre, pero aspirando al mismo tiempo a la más íntima comunión con Cristo, como la que el santo de Asís alcanzó. “Tener como si no se tuviera” (cf. 1 Co 7, 29ss): aprender esta tensión interior como la exigencia quizás más difícil y poder revivirla siempre, apoyándose en quienes han decidido seguir a Cristo de manera radical, éste es el sentido de la Tercera Orden, y ahí se descubre lo que la Bienaventuranza puede significar para todos. En Francisco se ve claramente también lo que “Reino de Dios” significa. Francisco pertenecía de lleno a la Iglesia y, al mismo tiempo, figuras como él despiertan en ella la tensión hacia su meta futura, aunque ya presente: el Reino de Dios está cerca…”[9]

Gracias a S.S. Benedicto XVI pues en estos tiempos graves resultan invaluables las palabras de aliento de Pedro al frente de nuestra Santa Madre Iglesia.

PAZ Y BIEN

[1] “…pero pretendiendo ir más allá de este método para llegar a una interpretación propiamente teológica.” Pág. 413

[2] En su acepciones, tanto de impronta biográfica como de nihilismo teórico.

[3] Labor en la que la Iglesia viaja sola en el mundo, pero además no ha de decaer en ello, en virtud del Testimonio –martyrium- que le es consustancial; en su acción la Iglesia da fe de la Verdad que detenta, pues su catolicidad es incluyente, por lo que busca, en su denuncia, disminuir distancia y dolor en el camino del que habrá de convertirse. Este atributo es exclusivo de ella y queda claro al observar que las diferentes denominaciones “cristianas” se repliegan ante los poderes estamentales, contentándose sólo con “cuidar” de sus adeptos, sin defender la fe.

[4] Florecillas. Capítulo XVIII. Cómo San Francisco reunió un capítulo de cinco mil hermanos en Santa María de los Ángeles.

[5] De su discurso a los profesores y estudiantes de los Ateneos Pontificios Romanos, Ciudad del Vaticano, 26 de Octubre del 2007.

[6] Su Santidad Benedicto XVI ha enseñado que: "el relativismo se convierte en un dogma", que hace imposible "transmitir de generación en generación algo válido"; y así la educación "tiende a reducirse a la transmisión de determinadas habilidades, o capacidades de hacer, mientras se busca apagar el deseo de felicidad de las nuevas generaciones, colmándolas de objetos de consumo y de gratificaciones efímeras". Discurso pronunciado el 11 de junio del 2007 al inaugurar en la Basílica de San Juan de Letrán el Congreso de la Diócesis de Roma titulado "Jesús es el Señor. Educar en la fe, el discipulado y el testimonio".

[7] De su discurso a los profesores y estudiantes de los Ateneos Pontificios Romanos, Ciudad del Vaticano, 26 de Octubre del 2007.

[8] Emanuela De Nunzio, ofs. Pertenencia a la OFS. Premisa. Crisis del sentido de pertenencia en la realidad post moderna. Capítulo General de la Orden Franciscana Seglar, 15-22 noviembre, 2008.

[9] S.S. Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. Desde el Bautismo a la Transfiguración. p. 107; Septiembre 2007. Ed. Planeta, México.

martes, 16 de febrero de 2010

SAN RAFAEL GUÍZAR Y VALENCIA, ofs




El Señor Obispo Rafael Guízar y Valencia, nació en Cotija, Michoacán el 27 de abril de 1878, siendo un infatigable misionero en varios estados de la República Mexicana y en varias naciones como Cuba, Guatemala, Colombia y el sur de Estados Unidos. Fue apóstol amantísimo de los niños y de los pobres, consagrado Obispo de Veracruz, el 30 de noviembre de 1919, se dedicó con todo entusiasmo a la Evangelización de su grey, y a la formación espiritual y científica de sus sacerdotes y seminaristas fundando el Seminario de Xalapa.

Se distinguió por su amor a la Sagrada Eucaristía y a la Santísima Virgen María, así como por su amor y adhesión a la Santa Sede. La pureza y alegría, la caridad y el espíritu de sacrificio adornaron de manera especial su alma. Vivió en santidad y murió con esa fama el día 6 de junio de 1938 en la Ciud
ad de México, D.F. Su cuerpo fue trasladado a la ciudad de Xalapa, Veracruz, donde fue sepultado en el Panteón Municipal en medio de grandes manifestaciones de fe. Actualmente sus restos se encuentran en la capilla que lleva su nombre, dentro de la Iglesia Catedral de Xalapa.

El Papa Juan Pablo II lo declaró Beato el día 29 de enero de 1995 en la Basílica de San Pedro en Roma. El 18 de mayo del 2005 se anunció en Roma su inminente canonización y Su Santidad Benedicto XVI la efectúa el día 15 de octubre del 2006 inscribiéndolo en el Catálogo de los Santos en ceremonia desde El Vaticano.

FUE TERCIARIO FRANCISCANO
Por Fray Domingo Guadalupe Díaz, O.F.M.[1]

“Jesús… todos los cánticos que pudieran repetirse en la eternidad, no llegarían
a expresar lo que yo quiero decir. Invitaría a todas vuestras criaturas a
bendeciros, y siento que la tierra y el cielo no tengan bastante voz para
manifestar los sentimientos de mi alma y daros acciones de gracias
proporcionadas a lo que os debo…"

Monseñor Rafael Guízar y Valencia

Testimonio de Profesión como Terciario de San Rafael Guízar y Valencia, solicitada por el Asistente Espiritual de la OFS, Fray Ismael Ortiz Matías, ofm.

“El Venerable Mons. Rafael Guízar y Valencia, Quinto Obispo de Veracruz y terciario franciscano, fidelísimo emulador de sus hermanos de hábito los misioneros franciscanos del siglo XVI en Anáhuac, avanza hacia los altares.

Profesión Franciscana

En los lugares donde Mons. Guízar ofrendó su vida en el holocausto apostólico: México, Estados Unidos, Cuba y Guatemala, los sacerdotes, religiosos y fieles, testigos de sus portentos, me han contado en mis viajes por esos países, las maravillas que obraba con su fe en Dios y su ardiente caridad para con las almas, virtudes que, alejado de su patria, con motivo de la persecución religiosa, se acendraron en Cuba con su ingreso a las filas de los hijos de San Francisco de Asís.

En el libro de Toma de Hábito y Profesión de V.O.T. –Venerable Orden Tercera- en la ciudad de Remedios, de aquella nación antillana, aparece el siguiente documento de Monseñor, quien precisamente para resguardarse de la persecución se presentaba allá como Rafael Ruiz: “Hermano Rafael Ruiz, Pbro. Misionero, ingresó el 8 de mayo de 1917; profesó en 15 de junio de 1918.”

Los frailes cubanos me han hablado acerca de las aventuras seráficas de nuestro ilustre compatriota, aventajado discípulo del Serafín de Asís, autor del “Cántico de las Criaturas”.

Baste un ejemplo para comprobar este aserto: En una de las innumerables misiones dadas por Monseñor a lo largo del territorio de la Isla, y que organizó en la iglesia de San Francisco en La Habana, distribuyó a sus misionados una hojita impresa como “recuerdo” de la que copio su texto:

“Acción de gracias después de la Sagrada Comunión. Jesús, os doy gracias… ¿Qué más os diré? Mi corazón se siente abrumado de gratitud y faltan palabras para expresar sus acciones de gracias; os debo infinitos bienes.

Todos los cánticos que pudieran repetirse en la eternidad, no llegarían a expresar lo que yo quiero decir. Invitaría a todas vuestras criaturas a bendeciros, y siento que la tierra y el cielo no tengan bastante voz para manifestar los sentimientos de mi alma y daros acciones de gracias proporcionadas a lo que os debo. ¿No me habéis dado en la Sagrada Comunión, más que todas las criaturas, más que los cielos, más que los ángeles y más que la misma Virgen María?...

El Todopoderosos, cuyo Nombre es Santo, ha hecho en mí más grandes cosas… ¿Podías hacer más?... Virgen María, ofreced para siempre a Jesús vuestra sublime acción de gracias en lugar mío; ofrecedle vuestro intenso amor por el mío tan imperfecto; glorificad por mí a Aquel a quien jamás podré alabar y bendecir como merece…”

La Mayor Caridad

Con toda propiedad podríamos llamar a Mons. Guízar “El Pobrecillo de Xalapa” y el “Patriarca de los Pobres” tanto era su desapego de las cosas de este mundo. Con toda dificultad lograban sus familiares conseguir que sostuviera sobre su cuerpo vestiduras nuevas, pues las regalaba y volvía a las anteriores, tan frecuentemente rasgadas y desteñidas por el sudor de sus tareas apostólicas. Todo lo daba a los pobres de Cristo, quienes le seguían en largas, muy largas filas para recibir de él consuelo, ropa, alimento… su inigualable amor a sus sacerdotes y sus fieles lo llevó en verdad hasta la más alta cumbre de la caridad cristiana. Nadie tiene mayor caridad –dijo Cristo Nuestro Señor- que quien da la vida por sus hermanos. Y Mons. Guízar la ofreció por ellos:

“Señor Gobernador, hoy ofrezco a Usted, de la manera más solemne, ante todos los habitantes de la República y del mundo entero donde será conocido este telegrama, presentarme ante Usted personalmente para que me hiera y me dé la muerte, si Usted, en cambio, se compromete a dejar a mi pueblo católico en ejercicio de su libertad y ano derramar la sangre de mis sacerdotes y de mis ovejas amadas.”

Capilla donde se veneran los restos de San Rafael Guízar y Valencia, ofs, en la Catedral de Xalapa, Veracruz.

Monseñor Rafael Guízar y Valencia siguió fielmente los pasos del Patriarca de los Pobres hasta convertirse realmente en el Pobrecillo de Xalapa, el Motolinía del Siglo Veinte. Su absoluto desapego a sí mismo y a todas las criaturas de Dios, es lo que lo unió íntimamente a Él. Esto es enteramente palpable a todos los que sabemos de su vida entera. Por ello, se unió con plenitud a las almas, en Cristo Jesús.” (Concluye el texto de Fray Domingo)

El Pbro. Justino de la Mora, colaborador del Santo Obispo, en sus Apuntes Biográficos acerca de él dedica el capítulo XXXI a:
La Dama Gloriosa de la Pobreza, para demostrar el estrecho vínculo entre San Rafael Guízar y San Francisco de Asís:

“La predilección que el Siervo de Dios tenía por la pobreza, nos lleva a recordar al Pobrecito de Asís, de quien era hijo espiritual, toda vez que perteneció a la V. Orden Tercera de San Francisco. Apacentaba su ánimo y lo recreaba en la contemplación de la pobreza de Cristo y así resolvió aquel excelso Patriarca “tomar por esposa, así decía él, a la Pobreza, viuda de Nuestro Señor Jesucristo”. El mismo Patriarca de Asís, despojado por su padre de la herencia paterna ante el Obispo del lugar, también devolvió a su padre la ropa que vestía para así exclamar conscientemente:
-¡Ahora puedo decir con más propiedad: Padre Nuestro, que estás en los Cielos!

Mons. Guízar, habiéndose despojado libérrimamente de los bienes de la tierra, tan sólo por hacer bien a las almas y llevarlas al Cielo, pudo repetir la frase lapidaria de San Francisco. Podríase aplicar también al misionero con toda verdad la expresión que el Apóstol, inspirado por el Espíritu Santo, dejó consignada en la 2ª Epístola a los Corintios, 9, al hablar de la infinita liberalidad de Cristo, quien “propter nos egenus factus est, cum esset dives”, siendo rico, por nosotros se hizo pobre.

Efectivamente, se ha hablado ya en otra parte, cómo Monseñor Guízar dedicó toda su herencia a la edificación de colegios y a su sostenimiento, a la propagación de las misiones y a aliviar las necesidades ajenas. Se ha hablado, asimismo, de la Congregación que fundó y a la que nunca perteneció, prefiriendo permanecer fuera de la Congregación, para poder prestarle ayuda económica eficaz. Se ha hablado igualmente de lo que hizo por su Seminario y cómo sobre él gravitaban los crecidos gastos que requiere una institución de esa naturaleza. El número de menesterosos y enfermos que reunía en el Seminario, mientras hallaba un hospital donde internarlos para la curación…”

Hoy mismo, quien recupera los documentos eclesiásticos que dan fe de la terciaridad de San Rafaelito es un Hermano Menor, se trata de Fray Ismael Ortiz Matías, ofm, -Asistente Espiritual Regional- pues solicitó a la Diócesis de Santa Clara, específicamente a la Parroquia Mayor de San Juan Evangelista de los Remedios, Provincia Villa Clara, Cuba, la verificación legal de los datos que eran citados en algunas biografías. Por respuesta recibió un facsímil del Libro de Registros de la Venerable Orden Tercera de San Francisco de Asís; asimismo, la Iglesia Cubana le envió un certificado en el que se convalidan los registros, ese documento es rubricado por Monseñor Marcelo Arturo González Amador, obispo de la Diócesis de Santa Clara; por Pbro. Fray Samuel Franco Zermeño, ofm, Guardián y Párroco; por Pbro. Fray Agustín Ibarra Díaz, ofm, Asistente Espiritual de la OFS, y por la Hna. Isabel Marina Fernández Boán, ofs, Ministra de la OFS. Los documentos llevan los sellos Episcopal, Parroquial y de la Fraternidad local, el informe está fechado el 28 de agosto del 2008. Este logro de Fray Ismael es sólo una muestra al gran celo que siempre ha demostrado como Asistente Espiritual de la Orden Franciscana Seglar.

Su Legado a la Tercera Orden

Para la Tercera Orden Franciscana es motivo de felicidad contar con un Santo de la estatura evangélica de Monseñor Rafael Guízar y Valencia, más aún para la fraternidad terciaria de la Inmaculada Concepción de la Catedral Metropolitana de Xalapa, Veracruz, pues a él debe su refundación. La erección canónica fue el día 5 de octubre de 1936 por instrucción de San Rafael Guízar y Valencia, obispo de Veracruz, dando cumplimiento el Encargado de la Parroquia del Sagrario, Sr. Canónigo Miguel Meza junto con un grupo de seglares comprometidos.

Así San Rafael, como terciario franciscano, recupera para la ciudad su origen cristiano sustancial al reinstaurar aquella Tercera Orden que habían traído nuestros primeros padres en el año de 1536, habiéndola hospedado en el convento parroquia dedicado a la Natividad de Nuestra Señora de Xalapa según lo leemos en la siguiente crónica:

"Fábrica sólida era la de este convento, y su iglesia, de una sola nave, capaz y de proporcionada altura, arcos de punto entero y bóvedas sostenidas por jónicas pilastras, más coro amplio con buen órgano, sus pequeños retablos y uno de muy buen gusto con una imagen de san Diego de Alcalá. A esta iglesia se hallaba anexa una capilla del Tercer Orden, con muy lucida hermandad. "[2]

La obra como Hermano Terciario del Santo Obispo ha rendido frutos pues de esta Fraternidad de la Inmaculada Concepción de Catedral han salido los fundadores de las demás hermandades que hay en Xalapa -cinco en total. Por todo ello, los hermanos de la Orden damos gracias a Nuestro Señor Jesús y a María Santísima por permitirnos disfrutar del legado espiritual de nuestro pastor San Rafael Guízar y Valencia, ofs.

[1] Este reporte es un extracto de la Revista: Hacia los Altares del bimestre marzo-abril de 1965, volumen N° 46
[2] CASTILLO Fuentes, Eliseo. Arquitectura y Patrimonio Histórico en: Ensayos sobre la cultura en Veracruz; p. 93. Ed. Universidad Veracruzana. México 2000.

lunes, 15 de febrero de 2010

Cuaresma 2010 -de la Penitencia

CUARENTA DÍAS EN QUE HAN DE CRECER ESPIRITUALMENTE
LOS HERMANOS Y LAS HERMANAS DE PENITENCIA

Mt 7, 21 «No todo el que me diga: "Señor, Señor”, entrará en el Reino de los
Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial.»

El diccionario define a una de las acepciones de la Penitencia como: Serie de ejercicios penosos con que alguien procura la mortificación de sus pasiones y sentidos.

Para la Iglesia, la penitencia tiene un sentido más luminoso pues va aparejada con la conversión, es decir, corresponde a un proceso denominado metanoia que permite crecer en orden a una alcanzar un estado superior: transfigurar a Nuestro Señor Jesús, la Cristificación.

Así, la penitencia no es un programa sombrío, lúgubre; tampoco es un actuar excepcional. La penitencia es algo que está más próximo de lo que nosotros pensamos. Es en cierta medida un estado de vida que se activa al presentarlo como oblación.

Dice Tomás de Kempis en su Imitación de Cristo (Libro II. De la conversión interior).
11.- Cuán pocos son los que aman la Cruz de Cristo.
1. Jesucristo tiene ahora muchos amadores de su reino celestial, mas muy pocos que lleven su cruz.
Tiene muchos que desean la consolación, y muy pocos que quieran la tribulación.
Muchos compañeros halla para la mesa, y pocos para la abstinencia.
Todos quieren gozar con Él, mas pocos quieren sufrir algo por Él.
Muchos siguen a Jesús hasta el partir del pan, más pocos hasta beber el cáliz de la pasión.

Por penitencia hemos de entender una actitud de renuncia en pro del amor, del Todo Bien, donde no se trata de una acción imperfecta pues se reduciría a pura conveniencia, se ha de efectuar a partir del Amor porque ha de trascender, de irradiar hacia Dios y hacia el prójimo. Para ello ha de procederse en dos líneas; la primera radica en pedir a Dios, siempre y a toda hora, la Gracia de amarle con y en verdad; la segunda se asienta en la búsqueda insistente, con, digámoslo así, santa insistencia, a través de su Palabra y los Sacramentos, fundamentalmente la Confesión con la Sagrada Eucaristía. Ahí precisamente ha de iniciar toda acción penitencial, pues supone de entrada, reemplazar vanos pensamientos, para abrir un lugar al Señor en nuestra mente y nuestro corazón. En palabras de NSP San Francisco procuremos hacer “…frutos dignos de penitencia”.

María Santísima es modelo perfecto de penitencia, en su “Sí” primigenio –con todos los riesgos que ello implicaba- se fincó toda nuestra posibilidad de ser redimidos, más adelante, aún con el anuncio de Simeón, tomó la iniciativa en Caná donde se manifestó Jesús- Mesías para llegar con Él hasta el pie de la Cruz: “Estaba la Madre dolorosa junto a la Cruz llorando, mientras su Hijo pendía. Su alma llorosa, triste y dolorida, traspasada por una espada. ¡Oh cuán triste y afligida estuvo aquella bendita Madre del Unigénito!” (Stabat Mater. Japone de Todi, ofs; 1306); La vemos también presidiendo la Iglesia en la que reina. Ella nos enseña que lo penitencial está en la vida misma y que sólo con Cristo se convierte en redención.

Nuestro Señor Jesucristo ordena que hacer obras de penitencia es condición indispensable para entrar en el Reino de los Cielos: "Yo les digo que si no hacen penitencia, todos igualmente perecerán." (Lc 13,3). Ante esta advertencia la Iglesia siempre ha tenido atención, cuidado y vivencia (historia) penitenciales.

San Juan Crisóstomo afirma que son cinco los caminos de la penitencia: Perdonar al ofensor y Confesar las culpas (es la fórmula de la Reconciliación). Y hacer Oración, Ayunar, y ser Humildes (es la fórmula del negarse a sí mismo para tomar la cruz para el seguimiento de Jesús). La Iglesia incluye la Limosna como acto de amor y justicia. (El mismo Padre de la Iglesia dice: Aquello que no usamos y guardamos es un robo, pues por Derecho Divino ya pertenece a los pobres).

El ayuno es tal vez el concepto que mejor ilustra a la penitencia, sigamos la enseñanza que hace San Ambrosio cuando responde a eventuales objeciones contra el ayuno: «La carne, por su condición mortal, tiene algunas concupiscencias propias: en sus relaciones con ella te está permitido el derecho de freno. Tu carne te está sometida (...): no seguir las solicitaciones de la carne hasta las cosas ilícitas, sino frenarlas un poco también por lo que respecta a las lícitas. En efecto, el que no se abstiene de ninguna cosa lícita, está muy cercano a las ilícitas» (Sermo de utilitate ieiunii III, V, VII). (El ayuno penitencial. Catequesis de Juan Pablo II. Ciudad del Vaticano, 21 de marzo de 1979.)

“Actualmente la sociedad, saciándose de sensaciones, queda con frecuencia intelectualmente pasiva; el entendimiento no se abre a la búsqueda de la verdad; la voluntad queda atada por la costumbre a la que no sabe oponerse. De esto resulta que el hombre contemporáneo debe ayunar, es decir, abstenerse no sólo de la comida o bebida, sino de otros muchos medios de consumo, de estímulos, de satisfacción de los sentidos. Ayunar significa abstenerse, renunciar a algo.” (El ayuno penitencial. Catequesis de Juan Pablo II. Ciudad del Vaticano, 21 de marzo de 1979.)

Así, la Iglesia nos lo presenta como el cuarto de sus mandamientos: 4. Ayunar y abstenerse de comer carne cuando lo manda la Santa Madre Iglesia.

Forma concreta de vivir el precepto.
Los días y los tiempos con carácter penitencial para toda la Iglesia son: Todos los viernes del año (días penitenciales) y el tiempo de cuaresma (tiempo penitencial). Es necesario recordar que la noción de días y tiempos penitenciales es más amplia que la de días de ayuno y abstinencia.

Entre los días penitenciales hay dos especialmente importantes: Miércoles de Ceniza y Viernes Santo. Estos dos días existe la obligación de vivir el ayuno y la abstinencia. El ayuno obliga de los 18 a los 59 años, y puede haber algunas causas que dispensen de él; la imposibilidad: por ejemplo, los enfermos, los convalecientes, las personas muy débiles o carentes de recursos económicos, etc. El trabajo: para quienes se ocupan de labores físicas que causan gran fatiga corporal y necesitan de alimento. La abstinencia por su parte, obliga desde los 14 años y no tiene límite de edad.

La terciaridad que nos obsequió NSP San Francisco de Asís tiene su esencia en la Penitencia, es decir, él nos legó y confió su proyecto de vida original. Su convicción de que en la Penitencia estaba nuestra posibilidad de “…restituir al Señor” era contundente. Leemos en el capítulo X de la Leyenda de los Tres Compañeros:

36. San Francisco, lleno ya de la gracia del Espíritu Santo, reunió ante sí a los dichos seis hermanos y les anunció lo que les había de ocurrir.

"Consideremos -dijo- hermanos queridos, nuestra vocación, a la cual por su misericordia nos ha llamado el Señor, no tanto por nuestra salvación cuanto por la salvación de muchos otros, a fin de que vayamos por el mundo exhortando a los hombres más con el ejemplo que con las palabras, para moverlos a hacer penitencia de sus pecados y para qué recuerden los mandamientos de Dios. No temáis porque aparezcáis pequeños e ignorantes; más bien anunciad con firmeza y sencillamente la penitencia, confiando en que el Señor, que venció al mundo, habla con su Espíritu por vosotros y en vosotros para exhortar a todos a que se conviertan y observaren sus mandamientos.”

En el ejercicio penitencial de la Tercera Orden se recomienda, como práctica durante todo el año, ayunar miércoles y viernes y abstinencia los viernes. Esta práctica es muy importante porque nos hace recordar entre semana nuestra misión terciaria prometida al Padre Eterno; está práctica viene de los mismos orígenes de la Orden y correlaciona los tiempos litúrgicos con las tres promesas evangélicas que profesamos, así, el adviento nos adentra en la pobreza de Jesús, la cuaresma en la castidad y el tiempo ordinario en la obediencia. Nos queda hermanos, como parte inicial de esta Cuaresma 2010, leer la Carta que nos dirige NSP San Francisco con la que prologa a nuestra Santa Regla.

Exhortación de San Francisco a los Hermanos y Hermanas de Penitencia
­¡En el nombre del Señor!

De los que hacen penitencia

Todos aquellos que aman al Señor con todo el corazón, con toda el alma y la mente y con todas sus fuerzas (cf. Mc 12,30), y aman a sus prójimos como a sí mismos (cf. Mt 22, 39), y aborrecen sus cuerpos con sus vicios y pecados, y reciben el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo, y hacen frutos dignos de penitencia: ¡Oh, cuán dichosos y benditos son aquellos y aquellas que practican estas cosas y perseveran en ellas! Porque se posará sobre ellos el Espíritu del Señor (cf. Is 11,2) y hará de ellos habitación y morada (cf. Jn 14, 23), y son hijos del Padre celestial (cf. Mt 5, 45), cuyas obras realizan, y son esposos, hermanos y madres de nuestro Señor Jesucristo (cf. Mt 12, 50).

Somos esposos cuando el alma fiel se une, por el Espíritu Santo, a nuestro Señor Jesucristo. Le somos hermanos cuando cumplimos la voluntad del Padre, que está en los cielos (cf. Mt 12, 50); madres, cuando lo llevamos en el corazón y en nuestro cuerpo (cf. ICor 6, 20) por el amor divino y por una conciencia pura y sincera; y lo damos a luz por las obras santas, que deben ser luz para ejemplo de otros (cf. Mt 5, 16).

­¡Oh, cuán glorioso es tener en el cielo un padre santo y grande! ¡­Oh, cuán santo es tener un tal esposo, consolador, hermoso y admirable! ­¡Oh, cuán santo y cuán amado es tener un tal hermano y un tal hijo, agradable, humilde, pacífico, dulce, amable y más que todas las cosas deseable, nuestro Señor Jesucristo! El que dio su vida (cf. Jn 10, 15) y oró así al Padre: Padre santo guarda en tu nombre (cf. Jn 17,11) a los que me diste en el mundo: tuyos eran y me los diste en el mundo: tuyos eran y me los diste a mí (cf. Jn 17, 6). Y las palabras que me diste, a ellos las di; y ellos las recibieron y creyeron verdaderamente que salí de Ti y conocieron que Tú me enviaste (cf. Jn 17, 8). Ruego por ellos y no por el mundo (cf. Jn 17, 9). Bendícelos y conságralos (cf. Jn 17, 7); también yo me consagro a mí mismo por ellos (cf. Jn 17, 9). No ruego solamente por ellos, sino por los que han de creer en mí por su palabra (cf. Jn 17,20), para que sean consagrados en la unidad (cf. Jn 17, 23), como también nosotros (cf. Jn 17, 11). Y quiero, Padre, que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria (cf. Jn 17, 24) en tu reino (cf. Mt 20, 21). Amén.

De los que no hacen penitencia

Pero, en cambio, aquellos y aquellas que no llevan vida en penitencia, y no reciben el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo, y ponen por obras vicios y pecados y caminan tras la mala concupiscencia y los malos deseos de su carne y no guardan lo que prometieron al Señor, y sirven corporalmente al mundo con los deseos carnales y con los afanes del siglo y con las preocupaciones de esta vida: apresados por el diablo, cuyos hijos son y cuyas obras hacen (cf. Jn 8, 41), son unos ciegos, pues no ven a quien es la luz verdadera, nuestro Señor Jesucristo.

No tienen sabiduría espiritual, porque no tienen al Hijo de Dios, que es la verdadera sabiduría del Padre; de ellos se dice: Su sabiduría ha sido devorada (cf. Sal 106, 27) y: Malditos los que se apartan de sus mandamientos (cf. Sal 118, 21). Ven y conocen, saben y practican el mal, y a sabiendas pierden sus almas.

Mirad, ciegos, estáis engañados por vuestros enemigos: la carne, el mundo y el diablo; porque al cuerpo le es dulce cometer el pecado y amargo servir a Dios; pues todos los vicios y pecados, del corazón del hombre salen y proceden, como dice el Señor en el Evangelio (cf. Mc 7, 21).

Y nada tenéis en este siglo ni en el futuro. Pensáis poseer por mucho tiempo las vanidades de este siglo, pero estáis engañados; porque vendrán el día y la hora que no pensáis, desconocéis e ignoráis; se enferma el cuerpo, se acerca la muerte, y se muere así con muerte amarga.

Y donde sea, cuando sea y como sea que muere el hombre en pecado mortal sin penitencia y sin satisfacción, si, pudiendo satisfacer, no satisface, arrebata el diablo el alma de su cuerpo con tanta angustia y tribulación, que nadie las puede conocer, sino el que las padece. Y todos los talentos y el poder, la ciencia y la sabiduría que creían tener, les serán arrebatados (cf. Lc 8, 18; Mc 4, 24). Y legan a los parientes y amigos su herencia; y éstos, tomándola y repartiéndosela, dicen luego: Maldita sea su alma, pues pudo habernos dado y ganado más de lo que ganó. El cuerpo se lo comen los gusanos, y así pierden cuerpo y alma en este breve siglo, e irán al infierno, donde serán atormentados sin fin.

A todos aquellos a quienes llegue esta carta, rogamos en la caridad que es Dios (cf. IJn 4, 16), que acojan benignamente con amor divino las sobredichas y fragantes palabras de Nuestro Señor Jesucristo. Y los que no saben leer, háganselas leer con frecuencia, y reténganlas consigo con obras santas, hasta el fin, porque son espíritu y vida (cf. Jn 64). Y los que no hagan esto tendrán que dar cuenta en el día de juicio (cf. Mt 12, 36) ante el tribunal de nuestro Señor Jesucristo (cf. Rom 14, 10).

Vemos dos consideraciones de San Francisco nutridas con enseñanzas bíblicas; la primera instruye acerca del cumplimiento en la penitencia y nos lleva a recordar un pasaje de la vida de él en que comenta: “Hijos míos, grandes cosas hemos prometido, pero mucho mayores son las que Dios nos ha prometido a nosotros; mantengamos lo que nosotros hemos prometido y esperemos con certeza lo que nos ha sido prometido. Breve es el deleite del mundo, pero la pena que le sigue después es perpetua. Pequeño es el padecer de esta vida, pero la gloria de la otra vida es infinita.” (Florecillas. Capítulo XVIII. Cómo San Francisco reunió un capítulo de cinco mil hermanos en Santa María de los Ángeles) .

En la segunda parte pudiese alarmarnos tanto el tono como la sentencia, y es inevitable que nos asalte la pregunta: ¿qué pasa en el dulce San Francisco de Asís? Pues bien, esta segunda consideración proviene de un padre afligido, que ve (porque le han sido reveladas) las consecuencias del descarrío de sus hijos. El texto ilustra su desesperación por evitar que uno sólo de nosotros se llegase a perder. Concluye exhortando a leer estas palabras con asiduidad: Y los que no saben leer, háganselas leer con frecuencia. Esta instrucción ha de ser obedecida por los que profesamos en la Orden y hemos de pedir al Señor que suavice nuestros corazones y purifique nuestras mentes para entender y cumplir los preceptos que a través del seráfico patriarca nos comunica.

Para concluir, acudimos a la catequesis del Siervo de Dios Juan Pablo II con respecto a la penitencia: “Por otra parte, el ayuno, esto es, la mortificación de los sentidos, el dominio del cuerpo, confieren a la oración una eficacia mayor, que el hombre descubre en sí mismo. Efectivamente, descubre que es «diverso», que es más «dueño de sí mismo», que ha llegado a ser interiormente libre. Y se da cuenta de ello en cuanto la conversión y el encuentro con Dios, a través de la oración, fructifican en él.

Resulta claro de estas reflexiones nuestras de hoy que el ayuno no es sólo él «residuo» de una práctica religiosa de los siglos pasados, sino que es también indispensable al hombre de hoy, a los cristianos de nuestro tiempo. Es necesario reflexionar profundamente sobre este tema, precisamente durante el tiempo de Cuaresma.”
(El ayuno penitencial. Catequesis de Juan Pablo II. Ciudad del Vaticano, 21 de marzo de 1979).

Sólo resta que, coherentes con nuestra identidad terciaria, obedientes y celosos de la misión encomendada, anunciemos el Día del Señor e invitemos a la penitencia:

II Timoteo 4
1 Te conjuro en presencia de Dios y de Cristo Jesús que ha de venir a juzgar a vivos y muertos, por su Manifestación y por su Reino:
2 Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina.
3 Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por sus propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades;
4 apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas.

PAZ Y BIEN