Este nuevo documento acerca del Señor Jesús constituye una valiosa contribución desde el rigor del magisterio de la Santa Iglesia. Según manifiesta el autor en su presentación, el documento estudia al Jesús histórico, desde un enfoque histórico crítico, y trasciende los límites propios del método al iluminar con la fe los hallazgos de la razón. Él comenta, y coincidimos plenamente, que la figura del Señor ha atravesado por diversas especulaciones a través de los últimos cincuenta años con el factor común de intentar reconfigurarle hacia perfiles y personalidades en los que priman las proyecciones existenciales de cada autor. En esas tareas de reinvención coincide la idea común de desacralizarle para justificar puntos de vista y actitudes distantes y opuestas a su divina enseñanza.
Esta tendencia iconoclasta representa, y halla eco, en diversos sectores sociales de acuerdo a la legitimación de conductas voluntariosas por fuera de los cauces morales. Ante ello, acometer contra la fe supone un alivio, a propósito de acallar la amonestación del pecado. No es extraño que hoy se censure a la Santa Iglesia por exigir el respeto a la vida y a la dignidad humanas, y esa actitud está desenlazando en un nuevo formato de persecución, aún más pernicioso que el físico, pues ahora se trata de las ideas, acallando y descalificando la voz de la Iglesia, llegándose al absurdo de decir que no son asuntos que le competan; esta nueva tendencia rayana en la idiocia aprovecha un rasgo fundante de lo posmoderno: el pensamiento débil, con lo que se cautiva al incauto que ahora celebra estar limpio de toda culpa. Con ello atestiguamos que el mal ha refinado sus recursos.
Y es que el procedimiento de esta “nueva era” se funda precisamente en desmantelar la responsabilidad ante Dios negando la generosa inserción de Él en la historia a fin de liberar la vida temporal, todo esto con el propósito de seguir al placer como guía y fin de la acción moral; influido por esta condición, el creyente tenderá a aplazar el reconocimiento de su compromiso por tiempo o situación indefinidos, pues el discurso contemporáneo propone que toda conducta está más allá del bien y el mal, con lo cual se relativizan todos los actos humanos. Dentro de esta época posmoderna destaca como rasgo la disolución del sentido de las palabras, y son los términos graves, aquellos que atañen a la responsabilidad, los que se busca sustituir para mitigar su contundencia y consecuente obligatoriedad.
La Vida del Señor ya no es meditada, más aún, es remplazada por escenas inventadas con las que se alude a lo romántico y placentero, llegando en ocasiones a la blasfemia. La Pasión y la Cruz misma, metas superiores del cristiano, son vistas como anhelos desquiciados. En Primera de Corintios 1,18 la Escritura dice: “Pues la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan -para nosotros- es fuerza de Dios.” Si así sucede con el signo de la Salvación resulta claro que hoy mismo, hablar de pecado y lo penitencial, infierno y pena eterna, han supuesto cautela y tiento, incluso en algunos púlpitos, con lo que deducimos que las acometidas del mundo han servido a sus fines.
Por todo ello, la Iglesia es vista como una institución incómoda para los que quieren decirse cristianos y viajar al margen de todo compromiso con el Señor Jesús; y es que en la misión de ella no sólo está el creyente sino también el cuidado de la moral del ámbito social como escenario temporal de la Salvación. Es más, ni la misma Iglesia, detentora de la Palabra, puede modificar la enseñanza, moralmente no puede, ni debe hacerla evolucionar conforme cambia el hombre, porque a ella le fue encomendada la vida en toda su amplitud, en otras palabras, la vida cristiana que trasciende la historia y se finca en la eternidad. Al respecto NSP San Francisco de Asís nos enseña: “Breve es el deleite del mundo, pero la pena que le sigue después es perpetua. Pequeño es el padecer de esta vida, pero la gloria de la otra vida es infinita.”
Estos intentos de silenciar a la conciencia en su proclamar son historia consuetudinaria, pero hoy se recargan en el auspicio de la mayoría de los medios de comunicación quienes han colaborado en la trivialización del sentido sagrado de Jesús de Nazareth y de su Magisterio. Está visto que son tan incisivos y constantes los embates hacia Él, y tan celebrados por agnósticos y débiles creyentes, que para muchos su figura es una composición extravagante de múltiples personalidades o facetas en las que prima siempre la destrucción de su divina identidad. A la enseñanza de Jesús los grandes medios de comunicación oponen -según resume su Santidad Benedicto XVI- el fomento de: “…una mentalidad y cultura caracterizadas por el relativismo, el consumismo y una falsa y destructiva exaltación, o mejor profanación, del cuerpo y de la sexualidad."
En esta mundanización incitada se acogen conductas impropias en las que la noción de pecado se ha disuelto, pues la sociedad ha sido contaminada por una condición tantas veces definida como relativismo. Esta actitud se enraíza en la apertura de una oferta hedonista que contiene multitud de variantes y accesos, y es presentada provocativamente seduciendo al marco de instintos y anhelos, sin reconocer a la persona humana, sino a un consumidor del producto. Las propuestas son mediatizadas para que se incuben en el ánimo del pueblo y, para activarlas, la meta es adormecer la conciencia, acallar el escrúpulo y negar la redención. Así, sin horizonte divino, se fomenta la cultura de la inmediatez y de la gratificación efímera conducentes hacia un vaciamiento existencial donde queda el alma exhausta y desesperanzada.
Tampoco ha de aceptarse que esto sorprenda a un cristiano formado en su fe pues esto estaba previsto; como muestra veamos la segunda carta a Timoteo 4,1-4 que presentamos textualmente: “Te conjuro en presencia de Dios y de Cristo Jesús que ha de venir a juzgar a vivos y muertos, por su Manifestación y por su Reino:
Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina.
Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por sus propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas.”
Y es que esta exigencia de la Sagrada Escritura ha de cumplirse celosamente pues hoy atestiguamos los formatos extravagantes que propone la llamada “nueva era”. En términos generales conduce hacia la conformación de espiritualismos sincréticos, donde cada quien, digamos así, “diseña” su propio y muy personal marco de creencias, incorporando por conveniencia (recordemos la atmósfera relativista–hedonista que impregna al mundo) tales o cuales porciones doctrinales de diversa procedencia que, en muchos casos, hasta son incompatibles. Así, el diseño de mi hedonismo es la nueva idolatría que nos envuelve.
Para el cristiano existen riesgos mayores, pues ha de cuidarse de uno auspiciado por la confusión contemporánea, el de Diseñar a un Cristo “conveniente”, para lo cual habría de prescindir tanto de la Iglesia que Él fundó (pues en ella resuena la verdad de la fe), como de su propia conciencia bautismal, y transitar sobre los espacios del pecado, haciendo lo que señala Hebreos 6,6: “…pues crucifican por su parte de nuevo al Hijo de Dios y le exponen a pública infamia.”
Ante estas circunstancias, el Santo Padre nos exhorta a emprender jornadas de incansable divulgación del Santo Evangelio: “La misión evangelizadora propia de la Iglesia exige, en nuestro tiempo, no solo que el mensaje evangélico se propague por doquier, sino que penetre en profundidad en las formas de pensar, en los criterios y los comportamientos de la gente. En una palabra, es necesario que toda la cultura del ser humano contemporáneo esté insuflada por el Evangelio."
En el seno de la Tercera Orden Franciscana existe conciencia y atención a esta instrucción según lo presenta la siguiente disertación procedente de su Consejo Internacional: “La Iglesia, si bien está animada por una inquebrantable esperanza cristiana, no esconde su preocupación de frente a los fenómenos que hemos sumariamente recordado. Ella está comprometida a dar una respuesta profética a los desafíos de nuestro tiempo. La Iglesia sostiene que la única terapia sea la recuperación de los valores auténticamente humanos y cristianos, con la vuelta de los fieles a los propios orígenes y a la propia identidad en una óptica cristocéntrica. De esto, derivan tres consecuencias: el fortísimo nexo entre fe y realidad; la importancia de Cristo en la vida diaria; la atención constante a la correcta relación entre verdad y libertad.
Para la Orden Franciscana Seglar, la expectativa más grande es la de encontrar caminos a través de los cuales compartir este esfuerzo, esta tarea descomunal, la cual, sin embargo, necesitará de una continua re-fundación, de una vuelta a la propias raíces más auténticas, que hagan posible vivir el Evangelio y anunciarlo, sin traicionarlo y sin endulzarlo.” [8]
Por ello, la obra Jesús de Nazaret, escrita desde el Magisterio por el Papa se torna en un documento trascendental y base fundamental para el estudio neotestamentario pues supone para el creyente la recuperación de la figura del Divino Maestro así como la necesaria reivindicación de la fuerza y radicalidad de su enseñanza. Nos hace ver que su Evangelio no es un catálogo de recomendaciones sino de instrucciones que, por su ascendente, no están sujetas a concesiones o a enfoques triviales que le hagan encajar en conveniencias personales temporales.
El libro además constituye un modelo de investigación y reflexión que se corresponde con el espíritu de Fides et ratio, de su santo antecesor. Es además una forma contemporánea de emprender la tarea que Cristo Jesús en la Ermita de San Damián, encomendó a San Francisco de Asís en torno a la idea de “restauración” que debe iniciar en el yo-Iglesia. Más aún, para los terciarios franciscanos es obligada la lectura de este obsequio de Su Santidad, pues además de recuperar a Nuestro Señor, hace especial mención de la Tercera Orden dentro del cumplimiento de la divina voluntad.
“Francisco no tenía intención de fundar ninguna orden religiosa, sino simplemente reunir de nuevo al pueblo de Dios para escuchar la Palabra sin que los comentarios eruditos quitaran rigor a la llamada.
No obstante, con la fundación de la Tercera Orden aceptó luego la distinción entre el compromiso radical y la necesidad de vivir en el mundo. Tercera Orden significa aceptar en humildad la propia tarea de la profesión secular y sus exigencias, allí donde cada uno se encuentre, pero aspirando al mismo tiempo a la más íntima comunión con Cristo, como la que el santo de Asís alcanzó. “Tener como si no se tuviera” (cf. 1 Co 7, 29ss): aprender esta tensión interior como la exigencia quizás más difícil y poder revivirla siempre, apoyándose en quienes han decidido seguir a Cristo de manera radical, éste es el sentido de la Tercera Orden, y ahí se descubre lo que la Bienaventuranza puede significar para todos. En Francisco se ve claramente también lo que “Reino de Dios” significa. Francisco pertenecía de lleno a la Iglesia y, al mismo tiempo, figuras como él despiertan en ella la tensión hacia su meta futura, aunque ya presente: el Reino de Dios está cerca…”
Gracias a S.S. Benedicto XVI pues en estos tiempos graves resultan invaluables las palabras de aliento de Pedro al frente de nuestra Santa Madre Iglesia.
PAZ Y BIEN
Su Santidad Benedicto XVI ha enseñado que: "el relativismo se convierte en un dogma", que hace imposible "transmitir de generación en generación algo válido"; y así la educación "tiende a reducirse a la transmisión de determinadas habilidades, o capacidades de hacer, mientras se busca apagar el deseo de felicidad de las nuevas generaciones, colmándolas de objetos de consumo y de gratificaciones efímeras". Discurso pronunciado el 11 de junio del 2007 al inaugurar en la Basílica de San Juan de Letrán el Congreso de la Diócesis de Roma titulado "Jesús es el Señor. Educar en la fe, el discipulado y el testimonio".