La Tercera Orden Franciscana[1] surge como una propuesta para la incorporación formal de los seglares a una vida religiosa, esta modalidad cuenta desde el siglo XIII con la aprobación de la Santa Sede y convoca a gran cantidad de fieles año con año. Para comprender qué es la Orden Franciscana Seglar[2], es necesario remitirse a los orígenes del franciscanismo, precisamente a los tiempos de nuestro fundador. En la labor evangelizadora de San Francisco resalta su predicación acerca de la conversión, para ello recomienda la penitencia como medio eficaz para lograrla, es decir, la fórmula espiritual de la metanoia. Es tal la forma en que expone su ideal, tanto de palabra como con el ejemplo, que cautiva a los que le escuchan provocando tal entusiasmo y convicción que deciden entregarse por completo a la vida que en él veían.
“Hacia 1212, después de haber establecido la Orden de las Clarisas y de haber recibido del cielo la confirmación de su vocación apostólica, Francisco salió de Santa María de la Porciúncula para anunciar la palabra de Dios a los habitantes de la Umbría. Llegó a la aldea de Cannara, a dos leguas de distancia de su ciudad natal. Allí el Santo predicó con tan feliz éxito que todos los habitantes decidieron seguirle, abandonando todo, aún su modesta población.”[3]
La reacción de San Francisco fue la de contener tal ímpetu, viendo que sus escuchas estaban atados a sus obligaciones temporales: familias, oficios, dependientes, etc., sin embargo en ellos reconoció su propio entusiasmo cuando recibió la Luz espiritual que le llevó a comprender la esencia y trascendencia de vivir con y en Dios. Para ese momento el seráfico Padre ve en el pueblo devoto la posibilidad de contribuir al cumplimiento del Plan de Salvación a partir de lo penitencial, de aquel primer apostolado[4] con el que inició su movimiento de restauración eclesial, de ahí que nos lega la Primera Carta a los Fieles Penitentes, recibida como exhortación y Regla, antecedente de lo que sería un proyecto más acabado de incorporación orgánica a la Iglesia.
Desde ese momento Francisco no actuó con desdén, o con exclusión pensando que el destino espiritual del pueblo quedaría en suspenso, pues sabía que el Evangelio es para todos por lo que concebía una Iglesia plena donde esos todos habían de cumplir una misión salvífica independientemente de su estado de vida. Consciente de que como él todos somos llamados (cf. Mt 22, 14; Ef 4, 1 y I Cor 1, 24), responsablemente pidió un tiempo para elaborar una propuesta que satisficiese el anhelo de vida evangélica en nuestro estado, elevando el sentido de compromiso apostólico del pueblo de Dios.
Conociendo a nuestro Padre, seguramente se puso en oración pues él decía: “…nadie me enseñaba qué debería hacer, sino que el Altísimo mismo”[5], y al ver el Espíritu el amor que entrambos sentían por su pueblo, le hizo confeccionar un modelo de pertenencia a la Iglesia, tan completo, tan sublime, que le dotó de una espiritualidad, tanto interior como exterior, que el mundo jamás había conocido, ni conocería luego de ochocientos años. La Tercera Orden es entonces un paradigma excepcional de creatividad apostólica. Por primera vez un religioso hacía que el pueblo de Dios también se sintiera llamado a consumar de lleno el Plan de Salvación por lo que al estado de vida laico, lo hace trascender hacia el seglar. Es decir, al de aquellos que, aun estando en el mundo, pertenecen plenamente a Cristo Jesús, el Señor, pues luchan por “… cumplir la voluntad del Padre, que está en los cielos.” (cf. Mt 12, 50; Re: Pról.)
Así, después de un tiempo de meditación y consulta, Francisco llega a la ciudad imperial de Poggibonsi en 1221, donde es recibido por Luquesio y numerosos fieles de la ciudad y del valle de Elsa ya transformados por efecto de su prédica; ahí este grupo solicitó al Santo ser aceptados como hijos espirituales además de una regla de vida que les instruyera en su proceder al continuar Francisco con su camino. Y es en ese momento que él ya les nombra Orden de Penitencia, les comparte su Santo Hábito[6] y Cordón. De hecho, en sus dos Cartas Francisco diserta acerca de los que hacen penitencia y de los que no la hacen, siendo explícito en las consecuencias. Desde entonces él nos instruye en que toda la fuente de nuestro proceder está en el Santo Evangelio, enfáticamente en las promesas evangélicas (L.G. 29 –V.42). Para 1228 el Papa Gregorio IX aprueba la forma jurídica de la Regla que rige desde 1221 la vida de los Hermanos y Hermanas de Penitencia, lo hace a través del “Memoriale Propositi” estructurado con la introducción de la primera Carta de Nuestro Padre y 39 propósitos de vida que los terciarios de la época habrían de observar. Desde entonces hay un intenso desarrollo jurídico que nos conduce hasta nuestra atual Regla paulina.
El Santo Padre Benedicto XV en la Encíclica “Sacra Propediem” (n.5, del 6 de enero de 1921) enseña: “De esta manera y felizmente, fue él el primero en concebir y llevar a la práctica, con la ayuda de Dios, lo que ningún fundador de Orden regular había imaginado hasta ese momento: hacer que el tenor de vida religiosa fuese común a todos”.
Situados en la persona de nuestro Patriarca, la Tercera Orden significó para él, tal vez, el primer proyecto de lo que quería fuese su vida misma, desde entonces ha convocado seguidores de todas partes del mundo, siendo el movimiento seglar más antiguo e intenso en la Historia de la Iglesia Católica. Con ello San Francisco de Asís consolida su familia habiendo fundado tres órdenes, hoy se especula acerca del proyecto original de nuestro seráfico Padre y se piensa que el verdadero origen de la familia franciscana fue esencialmente terciario. En la actualidad, Su Santidad Benedicto XVI en su reciente obra: Jesús de Nazaret, abre un espacio especial a la consideración de San Francisco y de su Tercera Orden:
“Francisco no tenía intención de fundar ninguna orden religiosa, sino simplemente reunir de nuevo al pueblo de Dios para escuchar la Palabra sin que los comentarios eruditos quitaran rigor a la llamada.
No obstante, con la fundación de la Tercera Orden aceptó luego la distinción entre el compromiso radical y la necesidad de vivir en el mundo. Tercera Orden significa aceptar en humildad la propia tarea de la profesión secular y sus exigencias, allí donde cada uno se encuentre, pero aspirando al mismo tiempo a la más íntima comunión con Cristo, como la que el santo de Asís alcanzó. “Tener como si no se tuviera” (cf. 1 Co 7, 29ss): aprender esta tensión interior como la exigencia quizás más difícil y poder revivirla siempre, apoyándose en quienes han decidido seguir a Cristo de manera radical, éste es el sentido de la Tercera Orden, y ahí se descubre lo que la Bienaventuranza puede significar para todos. En Francisco se ve claramente también lo que “Reino de Dios” significa. Francisco pertenecía de lleno a la Iglesia y, al mismo tiempo, figuras como él despiertan en ella la tensión hacia su meta futura, aunque ya presente: el Reino de Dios está cerca… ”[7]
La Venerable Orden Tercera, junto con las otras dos órdenes hermanas, cumplen 800 años del carisma que Dios inspiró en Francisco. Aniversario que manifiesta la presencia de nuestra Orden atravesando la historia, siempre en fidelidad a Cristo y María, con el ejemplo de San Francisco, y en comunión con los Señores Papas. Como orden ha de decirse que posee autonomía y gobierno propios en comunión fraterna con los Hermanos Menores que la asisten espiritualmente y con las Damas Pobres –o Clarisas.
¿En qué consiste el sentido penitencial franciscano?
En la Regla, en el Capítulo II. La forma de vida se lee:
4 “La Regla y la vida de los franciscanos seglares es ésta: guardar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo siguiendo el ejemplo de San Francisco de Asís, que hizo de Cristo el inspirador y centro de su vida con Dios y con los hombres.”
Para el cumplimiento de este propósito nuestro fundador nos conduce por las tres “promesas evangélicas”: pobreza, obediencia y castidad; en concordancia con su espiritualidad en la Regla se nos instruye: “Los Franciscanos seglares dedíquense asiduamente a la lectura del Evangelio, y pasen del Evangelio a la vida y de la vida al Evangelio.” Y, en un retorno a los orígenes recordamos lo penitencial como rasgo fundante de la terciaridad.
Desde su inserción en el mundo, el terciario inicia su labor penitencial con su testimonio de vida, y adquiere sentido cuando cumple con su función sacerdotal al ofrecer su vida, sus pensamientos, sus devociones y acontecimientos como ofrenda de: a) restitución: "Omnipotente, Santísimo, Altísimo y Sumo Dios, todo bien, sumo bien, bien total, que eres el solo bueno (Lc 18, 19): a ti te tributamos toda alabanza, toda gloria, toda gracia, todo honor, toda bendición, y te restituimos todos los bienes. Hágase, hágase." (Al Hor 11) (I Cor 9, 16-17)
b) reparación: a favor de su prójimo, en la conciencia de corresponder al Amor y de abundar la economía de la salvación con frutos de los que el Señor dispondrá a su gusto. Aquí cualquier obra se vuelve trascendente y sobre todo, el sufrimiento aceptado y ofrendado adquiere un sentido luminoso pues la víctima se asocia a la Redención.
Asimismo, hemos de pensar que el sufrimiento sin justificación es una verdadera tragedia, una desgracia, pero cuando adquiere una razón superior, el sufriente se transforma en miliciano herido, orgulloso de defender las murallas de la Ciudad de Dios y de abatir, en su estado, a no pocos enemigos que huyen confundidos o caen vencidos. Algún día nos será lícito ver el fragor de la batalla para comprender el papel del bautizado en este Apocalipsis en proceso. No cejemos, alabemos con lealtad y fidelidad a Dios y, por nuestra fe y obras, démosle triunfo. Él no nos necesita para vencer, pero nos da la oportunidad de dignificar nuestra alma para poder gozar de su Victoria.
Así, la Tercera Orden consiste en la alegría de vivir el Evangelio a partir de un conocimiento espiritual compartido por Francisco, donde todo acontecimiento forma parte de un proyecto superior: ser fuertes en este instante que es la vida temporal, para ganar el gozo de la vida eterna contemplando el Rostro de Dios.
“Y todo el que guarde estas cosas, sea colmado en el cielo de la bendición del altísimo Padre, y sea colmado en la tierra de la bendición de su amado Hijo, con el Santísimo Espíritu Paráclito y con todas las virtudes de los cielos y con todos los santos. Y yo el hermano Francisco, vuestro pequeñuelo siervo, os confirmo cuanto puedo, interior y exteriormente, esta santísima bendición.”
“Y todo el que guarde estas cosas, sea colmado en el cielo de la bendición del altísimo Padre, y sea colmado en la tierra de la bendición de su amado Hijo, con el Santísimo Espíritu Paráclito y con todas las virtudes de los cielos y con todos los santos. Y yo el hermano Francisco, vuestro pequeñuelo siervo, os confirmo cuanto puedo, interior y exteriormente, esta santísima bendición.”
Del Testamento del Seráfico Padre
[1] Según el Código Canónico de la Iglesia: Libro II El Pueblo de Dios. Título V - De las asociaciones de fieles. Capítulo I Normas comunes.
Can. 298. § 1. Existen en la Iglesia asociaciones distintas de los institutos de vida consagrada y de las sociedades de vida apostólica, en las que los fieles, clérigos o laicos, o clérigos junto con laicos, trabajando unidos, buscan fomentar una vida más perfecta, promover el culto público, o la doctrina cristiana, o realizar otras actividades de apostolado, a saber, iniciativas para la evangelización, el ejercicio de obras de piedad o de caridad y la animación con espíritu cristiano del orden temporal.
Can. 303. Se llaman órdenes terceras, o con otro nombre adecuado, aquellas asociaciones cuyos miembros, viviendo en el mundo y participando del espíritu de un instituto religioso, se dedican al apostolado y buscan la perfección cristiana bajo la alta dirección de ese instituto.
[2] Nombre actual de la Orden aunque sigue en vigor el que alude a la terciaridad siendo el preferido por ser el propio y distintivo.
[3] PEANO, Fray Pedro O.F.M. Historia de la Tercera Orden Franciscana. p. 8; Ed. Fray Junípero Serra. México, 1974.
[4] En los primeros tiempos de su testimonio, Francisco y sus hermanos eran reconocidos como: los Penitentes de Asís; empero, la necesidad de ser Iglesia condujo su proyecto hacia la institucionalización, y es por eso que, cuando ve el entusiasmo popular por vivir el Santo Evangelio, se siente transfigurado por lo que deposita el resguardo de aquel su primer ideal en los fieles. La terciaridad es pues, la expresión más cercana a la forma de vida anhelada por nuestro Seráfico Padre.
[5] Testamento: 14
[6] En la Orden se reciben el Santo Hábito y el Cordón en dos momentos: el Noviciado y la Profesión, y ha de ser dentro de una Sagrada Eucaristía donde el Ministro de la Fraternidad los impone, estos sacramentales son imprescindibles en la vida del terciario. Los sacramentales son "signos sagrados con los que, imitando de alguna manera a los sacramentos, se expresan efectos, sobre todo espirituales, obtenidos por la intercesión de la Iglesia. Por ellos, los hombres se disponen a recibir el efecto principal de los sacramentos y se santifican las diversas circunstancias de la vida" -Catecismo N° 1667; cf. Ley Canónica (Canon 1166).
Catecismo N° 1668: Los sacramentales "han sido instituidos por la Iglesia en orden a la santificación de ciertos ministerios eclesiales, de ciertos estados de vida, de circunstancias muy variadas de la vida cristiana, así como del uso de cosas útiles al hombre. Según las decisiones pastorales de los obispos pueden también responder a las necesidades, a la cultura, y a la historia propia del pueblo cristiano de una región o de una época. Comprenden siempre una oración, con frecuencia acompañada de un signo determinado, como la imposición de la mano, la señal de la cruz, la aspersión con agua bendita (que recuerda el Bautismo)".
[7] S.S. Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. Desde el Bautismo a la Transfiguración. p. 107; Ed. Planeta. México 2007.
[8] http://shurik.mx.tripod.com/poesiasanfrancisco/id14.html
Can. 298. § 1. Existen en la Iglesia asociaciones distintas de los institutos de vida consagrada y de las sociedades de vida apostólica, en las que los fieles, clérigos o laicos, o clérigos junto con laicos, trabajando unidos, buscan fomentar una vida más perfecta, promover el culto público, o la doctrina cristiana, o realizar otras actividades de apostolado, a saber, iniciativas para la evangelización, el ejercicio de obras de piedad o de caridad y la animación con espíritu cristiano del orden temporal.
Can. 303. Se llaman órdenes terceras, o con otro nombre adecuado, aquellas asociaciones cuyos miembros, viviendo en el mundo y participando del espíritu de un instituto religioso, se dedican al apostolado y buscan la perfección cristiana bajo la alta dirección de ese instituto.
[2] Nombre actual de la Orden aunque sigue en vigor el que alude a la terciaridad siendo el preferido por ser el propio y distintivo.
[3] PEANO, Fray Pedro O.F.M. Historia de la Tercera Orden Franciscana. p. 8; Ed. Fray Junípero Serra. México, 1974.
[4] En los primeros tiempos de su testimonio, Francisco y sus hermanos eran reconocidos como: los Penitentes de Asís; empero, la necesidad de ser Iglesia condujo su proyecto hacia la institucionalización, y es por eso que, cuando ve el entusiasmo popular por vivir el Santo Evangelio, se siente transfigurado por lo que deposita el resguardo de aquel su primer ideal en los fieles. La terciaridad es pues, la expresión más cercana a la forma de vida anhelada por nuestro Seráfico Padre.
[5] Testamento: 14
[6] En la Orden se reciben el Santo Hábito y el Cordón en dos momentos: el Noviciado y la Profesión, y ha de ser dentro de una Sagrada Eucaristía donde el Ministro de la Fraternidad los impone, estos sacramentales son imprescindibles en la vida del terciario. Los sacramentales son "signos sagrados con los que, imitando de alguna manera a los sacramentos, se expresan efectos, sobre todo espirituales, obtenidos por la intercesión de la Iglesia. Por ellos, los hombres se disponen a recibir el efecto principal de los sacramentos y se santifican las diversas circunstancias de la vida" -Catecismo N° 1667; cf. Ley Canónica (Canon 1166).
Catecismo N° 1668: Los sacramentales "han sido instituidos por la Iglesia en orden a la santificación de ciertos ministerios eclesiales, de ciertos estados de vida, de circunstancias muy variadas de la vida cristiana, así como del uso de cosas útiles al hombre. Según las decisiones pastorales de los obispos pueden también responder a las necesidades, a la cultura, y a la historia propia del pueblo cristiano de una región o de una época. Comprenden siempre una oración, con frecuencia acompañada de un signo determinado, como la imposición de la mano, la señal de la cruz, la aspersión con agua bendita (que recuerda el Bautismo)".
[7] S.S. Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. Desde el Bautismo a la Transfiguración. p. 107; Ed. Planeta. México 2007.
[8] http://shurik.mx.tripod.com/poesiasanfrancisco/id14.html